jueves, 9 de abril de 2009

Buena Vista, Hotel Club


“El ratón”, recostado en el desnivel de la recepción, con la mirada en el piso y los pies inquietos, chocando forzadamente la punta de sus zapatillas y con la cabeza apoyada entre sus manos. La recepcionista, leyendo una vez más el mil veces leído letrero de papel que dice: “El día hotelero finaliza a la 1 p.m., pasada la hora se le cobrará como un nuevo día”-La Gerencia- y se me viene a la mente la incomodidad y apuro de los clientes al limitar forzosamente sus interminables sesiones amorosas y por evitar se les cobre un nuevo día, después de una gran faena-sobre todo de madrugada-. Y a la una en punto estar en la recepción con llave y control en mano para cumplir la misión, pero sin duda el mayor reto es hacerlo con el cuerpo limpio, propio de una buena ducha. Pero el ahorro al fin y al cabo, lo vale.
No son ni las nueve de la mañana, con un poco de sueño, sentada en un cómodo mueble y con crucigrama de la semana pasada en mano; regresa presuroso el risueño “ratón” luego de tomar su desayuno de a “luca” como dice él. Así es llamado cariñosamente el ayudante indispensable del lugar cuyo nombre de pila es Iván y su parecido rostro con ese pequeño roedor es más que evidente.
¡Cómo pasa la semana!, es vienes, y el día comienza con todas las pilas para trabajar duro y parejo “como Dios manda”, como dijera alguien.
Veinte minutos más corre el reloj y llaman al timbre, Iván corre presuroso para abrir la reja al compás de la mirada de la recepcionista - valla pues- es un cliente que viene a aperturar el fin de semana, lo gracioso es que viene acompañado de una señorita, de aproximadamente unos 20 años de edad-¡no más! Y que se vuelve tan sutilmente que nadie se percata que quiere ocultarse (risas)… nada más evidente. “Diez solcitos señorita, es un ratito no más, menos de una hora” dice el apresurado hombre. Con las llaves en mano y una conmovedora mirada la señorita accede diciéndole: “ok Sr. pero no demore más, tenga (las llaves), pase al cuarto 4”. Con una expresión que destella felicidad, sonríe este personaje y literalmente corre para llegar lo más pronto a su habitación, sin importar que la muchacha que lo acompaña, tropiece con los grandes tacones que lleva puestos.
Pasan un par de horas más y “el ratón” se esmera por hacer la mejor limpieza de la semana-después de todo, es viernes-, pasa una y otra vez ese trapo viejo con el que esparce incansables veces el mismo desinfectante con aroma a pino, y es verdad…parece oler a limpio.
Cuando de pronto y de la mano, se acercan a la recepción para dejar la llave de su habitación para retirarse, dos sonrientes jóvenes que de no tener algo en particular, no serían mencionados y es que los visiblemente enamorados chicos coincidían en el mismo sexo, el masculino.
Casi simultáneamente con esta pareja, coincide en la puerta de entrada, una señorita, de cuerpo muy proporcionado, rostro exageradamente maquillado y ropa bastante ceñida y corta para la estación, que se dirige muy vanidosa hacia el escritorio de recepción y pide amablemente se le alquile una habitación simple por un día completo y para ella sola. Naturalmente, se accede a la petición. Es entonces que al cabo de una media hora aproximadamente, llama al timbre, un caballero de baja estatura y vestimenta formal, quién pregunta asolapadamente por la señorita mencionada con anterioridad; bueno pues, “el ratón” así de amable, guía al hombrecillo hasta la puerta número ocho, donde lo espera la señorita. Pasa menos de cuarenta minutos y este menudo caballero, sale aparentemente sosegado de su visita.
Todo sigue tranquilo en el Keysi, el ambiente ruidoso por el ir y venir de los carros y el único sonido que acompaña al hostal, es la aniñada y desafinada voz del ratón que entona repetidamente y en diferentes maneras la frase: “¡ay mamá ¿por qué me hiciste macho?!”el por qué, solo él lo sabe .
El relojito colgado en el centro pasadizo principal sigue corriendo y marca las 2 de la tarde, ¡llegó la hora del almuerzo! y lo extraño de todo esto, es que la exuberante señorita de la habitación 8 va recibiendo a tres visitas masculinas en menos de 3 horas. Si que esta situación es para llenar de suspicacia a cualquiera, pues definitivamente esta joven estaba realizando algo extraño en el lugar. La prostitución, según el parecer de estos dos humildes trabajadores.
Satisfechos, después de almorzar. Ahora, el ratón, sigue llenando ese ajado crucigrama, dejando espacios en blanco sin saber que poner, pero ahí sigue en el intento por no quedarse sin actividad.
Luego de un consenso el ratón y la recepcionista, concluyen en hablar con la señorita de la habitación 8 y comunicarle que no podría recibir más visitas masculinas a lo largo de su estadía, pues sino, sus modestos empleos se verían afectados. Y como era de esperarse, pasada las 5 de la tarde la oronda muchacha, con el cabello húmedo y perfumadísima, irónicamente agradecida, entrega sus llaves para nunca más regresar a sus recintos.
Cuando de pronto, oímos unos gritos de auxilio, que llaman desde el segundo piso: ¡Señor, venga señor! Y de inmediato llama nuestra atención, pues venia de una señorita hospedada con su pareja en la habitación 12 del el tercer nivel, corremos hacia las escaleras y antes de llegar al segundo piso, cesan esos gritos y como cualquier otra ¡loca pareja!, vuelven a la tranquilidad y los trabajadores a la sedentariedad de cada tarde.
Así es, esas “locas parejas” van y vienen como los autos, buses y combis que cruzan la avenida a cada segundo, heterogéneos en apariencia pero con el mismo fin. Entonces la única diferencia entre estas personas, la esconden ente capas y capas de piel -en muchos casos-, tez y formas de hablar, colores y estilos de cabello, pero a las finales todos conforman una sola masa homogénea de parejas que pugnan por entrar lo más rápido posible al lugar, evitar que sean vistos por alguien conocido y disfrutar al máximo las horas que le permita, su vigorosidad y sobretodo su valioso dinero.